Menos tu vientre, todo es confuso.
Menos tu vientre, todo es futuro fugaz, pasado, baldío, turbio.
Menos tu vientre, todo es oculto.
menos tu vientre, todo inseguro, todo postrero, polvo sin mundo.
Menos tu vientre, todo es oscuro.
Menos tu vientre claro y profundo.Miguel Hernández
Independientemente de la vida que llevemos, más o menos sedentaria, más o menos agitada; hay un denominador común en la vida de gran parte de la población urbana, y está compuesto de varios ingredientes: el exceso de responsabilidades, las presiones constantes, la exigencia de dominar el tiempo; dejándonos vacíos de energía y con la sensación de estar “desafinados", nuestro cuerpo en desequilibrio, un instrumento que no está emitiendo la musicalidad que lograría si se encontrara en paz. Podemos afirmar que existen maneras de vencer las barreras inconscientes (y también de lidiar un poco mejor con las contextuales) que impiden un armonioso desarrollo del ser, en tanto unidad física, mental y afectiva indisoluble. Lejos de pretender que la danza del vientre sirva, sin otros elementos que la ayuden, como terapia para ciertas patologías que hacen que el organismo actúe “desafinado”, sí estamos en decir que la danza del vientre puede colaborar en la búsqueda del equilibrio perdido, y que contribuye ampliamente a la conscientización de los mecanismos corporales fundamentales, en especial los del centro de gravedad y de fuerza vital del organismo (que es lo que más se trabaja en la danza del vientre tradicional); proceso fundamental para lograr el autoconocimiento que necesitamos para desenvolvernos en la sociedad.
Decir que, como bailarina de danza del vientre, puede experimentarse una sensación de poder absoluto tan sólo practicando una suave ondulación, sin siquiera desplazarse por el espacio; parecería, en una primera instancia, una apreciación muy exagerada. Pero, si notamos que esta zona es, además del centro mencionado, donde se encuentran los órganos de asimilación y eliminación, donde se producen las células sexuales dadoras de vida, y finalmente en caso de la mujer, donde se produce la gestación, habiendo sido en algún momento canal de vínculo entre madre e hijo, no es difícil deducir el por qué de esa fuerza, de esa potencia, que da estabilidad, que se nutre de la tierra, que es el centro de poder de ese microcosmos que es el ser humano. Paradójicamente, esta región del cuerpo, que es la central, y con la que debiéramos estar más conectados, resulta ser de las más oscuras en cuanto a la capacidad que tiene el yo para percibirla, para concientizarla; las regiones más perceptibles dentro de la imagen corporal son las manos, los pies, la cabeza; el vientre es una zona que soporta las más comunes represiones y bloqueos, su rigidez está relacionada a actitudes defensivas, con negaciones frente al placer y el bienestar que puede dar un vientre relajado y libre.
En esta porción occidental de la Tierra que nos toca habitar, desde pequeños, al menos a muchos de nosotros, estuvimos acostumbrados a esa noción de que lo realmente importante era tener brillantes ideas, que la verdaderas cuestiones reveladoras de los misterios de la vida surgían de las funciones intelectuales; y no es que el pensamiento sea un producto despreciable, al contrario, es uno de nuestros tesoros; es que el ser humano, al ser un todo inseparable, un ser completo, no puede desligar el cuerpo del intelecto; una persona madura debe poder conocer su cuerpo, sus procesos, sus limitaciones, sus capacidades, y al mismo tiempo ser capaz de pensar, de reflexionar, de tener una actitud crítica frente al mundo; hoy en día pareciera, y más que nada en esta noción de “virtualización” del hombre, que el cuerpo sobrara en la mayoría de los momentos, que la carne fuera un estorbo en la comunicación con el otro. Particularmente, la práctica de la danza del vientre nos da bases para afirmar que, al comenzar a tener consciencia de nuestro cuerpo, de sus posibilidades de acción, de su “estar en el espacio”, todos, absolutamente todos los valores aprendidos de manera meramente intelectual, se resignifican y toman otra dimensión, porque se los comienza a conocer desde uno mismo, con filtros propios, pero desde un “ser mismo” completo, íntegro, consolidado. Como sabemos en el mundo oriental, jamás se perdió la noción de “centro” en contraposición a la reivindicación de las funciones intelectuales a la que asistimos en este hemisferio del planeta, al respecto, y citando a Dropsky “es en la unión de la cabeza con sus valores de conciencia y del vientre con sus valores instintivos donde estriba la única posibilidad de una verdadera madurez humana”, agreguemos los factores emocionales, y concluimos en que la danza del vientre puede resultar una excelente catalizadora de estos tres aspectos que constituyen al ser como unidad y una ruta de retorno a la propia naturaleza, que se ve obturada muchas veces por los estilos de vida que llevamos.
Si nos abocamos específicamente a la finalidad de la danza oriental, debemos retrotraernos a la prehistoria y señalar que el objetivo de este baile es hallar la armonía entre el cuerpo y el espíritu, y el medio es la contracción y relajación muscular en la parte inferior del tronco mediante movimientos circulares, a diferencia de otros que suelen centrarse en los músculos de las extremidades. El entrenamiento de la danza del vientre repercute en otras partes del cuerpo, fortaleciendo los músculos del abdomen, la parte inferior de la espalda y en particular la pelvis. Este último punto deja entrever la sabiduría de nuestros antepasados, dado que el movimiento circular de los músculos del abdomen implica una presión interior sumamente útil para el procesado de desechos en el cuerpo humano. Además, la danza tiene una doble función, por una parte nos invade de endorfinas el cerebro y aumenta la dopamina, por lo que obtenemos más relajación natural, y por otra nos hace vencer la inercia de permanecer sin hacer nada.
Por otro lado, la danza coordina los músculos y los nervios con la mente. Cuando el oído capta la música, tranquiliza, el cuerpo se manifiesta y se fusiona con la melodía o el ritmo desencadena en una sensación sumamente placentera que podríamos llamar felicidad. De hecho, la medicina utiliza actualmente la danza y la música como terapia; y a pesar de que la danza no es capaz de curar muchas enfermedades psicológicas o psiquiátricas, contribuye a curar la depresión, el nerviosismo y la neurosis, patologías corrientes en nuestros tiempos. Ahora bien, volviendo específicamente a la danza oriental, debemos decir si vemos a una bailarina talentosa, notaremos que en esta danza el sonido parece brotar del propio cuerpo, sea una música melodiosa o un ritmo rápido a base de tambores, así, podemos enumerar algunos de los beneficios emocionales de practicar la danza del vientre: